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ENSAYOS

Ir de compras

 

No sé qué extraño atavismo nos empuja a algunos a recorrer tiendas. Supongo que es algo digno de estudio por los psicólogos. No me refiero a las compras compulsivas. En mi caso, en la mayor parte de las ocasiones no compro nada. Recorrer mis tiendas favoritas es el único deporte que practico con regularidad y les prometo que llego exhausta a casa ¡Y sin gastar ni un euro!

Tal vez esta adicción a ir de compras sea una reminiscencia de la época en que éramos recolectores y buscábamos bayas, semillas, raíces para alimentar a la familia. No podemos evitarlo, nuestro instinto, controlado por los egoístas genes, nos induce a la recolección. Quizás nos movemos por los grandes almacenes y franquicias como nuestros antepasados recorrían el campo en busca de fruta madura o un tubérculo rollizo. En su lugar, nosotros buscamos gangas, prendas de fondo de armario, bolsos imposibles de combinar con dicho fondo y zapatos que no hay quien se ponga, pero terriblemente maravillosos. Si no encontramos nada dignos de llevarnos a casa nos volvemos con las manos vacías, la tarjeta intacta, y nos consolamos e ilusionamos ante la perspectiva de una nueva sesión de compras, que esta vez sí que será fructífera.

Deseos materializados

 Reflexiones vacacionales

Hacía tiempo que quería sentarme a escribir en mi terraza. No lo había hecho aún porque tenía una mesa de exterior un tanto inestable, y ahora que dispongo de una ideal, he necesitado esperar a que el tiempo me lo permitiera. Esta tarde la temperatura es perfecta. La sombra ya se ha adueñado de este rincón de la terraza. Las tumbonas se inclinan hacia la puesta de sol y hacía allí migraré cuando las luces se vayan enrareciendo y el aire se vuelva más húmedo. Sin embargo, no todo es perfecto. Resulta que la luminosidad es excesiva y no puedo ver con claridad la pantalla del ordenador, como si un ligero velo ocultara parcialmente los iconos. Así que escribo a tientas, pero feliz. Y casi me siento como uno de esos escritores que componen sus novelas en su residencia de verano. Sólo faltaría que un mayordomo me trajese el té -me conformaría con que fuese mi pareja-. De momento me como un yogur con moras que hemos cogido en el campo. Este año la cosecha es muy abundante. Los frutos son gruesos y jugosos, dulcísimos y refrescantes. Los vigilan una cohorte de arañas tigre, que tienden sus telas entre las ramas de las zarzas. Entre ellas crecen también ortigas, lo que convierte a la aparentemente fácil tarea de la recolección en una actividad de riesgo. Eso sin tener en cuenta las espinas.

Como siempre que cae la tarde, los perros ladran. La semana pasada un pavo emitía unos sonidos bastantes desagradables. Creo que ya no llegará a Navidad. Las ranas terminaron su frenética actividad sexual y se han marchado de la charca. No crean que vivo en plena naturaleza. Por el contrario, me rodean las construcciones abandonadas por la crisis y la avaricia desmedida. En uno de los socavones se acumuló el agua, y los batracios acudieron a materializar sus amores en esa laguna improvisada. Nos han dado la serenata varias noches. No sé si ha terminado la época de celo o es que algún vecino insomne se las ha cargado. Espero que haya sido lo primero.

También he tenido okupas. Unos murciélagos anidaron en una grieta del tejado. Tal vez sea mi afición a Bran Stoker. Resultaba encantador escuchar sus ruidillos mientras preparaba la cena, supongo que se iban desperezando para salir a buscar su sustento. Como la grieta entre la viga de madera y la cubierta es muy estrecha, debían estar muy apretaditos. Tal vez se empujaban unos a otros luchando por salir antes y respirar aire puro. Ha sido una pena, me han abandonado. Me encantaba salir a la terraza a las diez de la noche y observar como salían -no fallan, son mejor que un reloj suizo- en parejas o tríos. Contamos hasta treinta y seis. Eran diminutos. Me hacían mucha compañía mientras cocinaba. Me queda la esperanza de que vuelvan para pasar el invierno al calor de mi cocina.

Rasgos de madurez y romper por sms

 

Decía recientemente la actriz Carmen Conesa en una entrevista que su filosofía de vida consistía en no pedir nada y dar todo lo que pudiera. Si eso es cierto, se trata de un rara avis, pues muchos nos quejamos por todo y dar, la verdad, casi ni la hora. Eso de rogar es muy propio de la doctrina cristiana. Uno pide a Dios una serie de cosas y el resultado siempre será el correcto: si se atiende la petición nos alegramos y si no es que el Creador, en su sabiduria, ha decidido lo mejor para nosotros. Llegar al punto en el que no se pide me parece un acto de enorme madurez. A lo que yo añadiría: No pido nada, pero lucho por lo que deseo. Sigo queriendo cosas pero no espero a que alguien me las conceda, me muevo para conseguirlas. El colmo de la madurez será cuando no se desee nada. Tal vez es que estás muerto o has alcanzado el máximo grado del budismo.

Por el contrario, un acto de inmadurez que parece estar poniéndose de moda es romper mediante un sms. Ya lo están haciendo los famosos nacionales y extranjeros, supongo que también todo hijo de vecino. Romper es difícil. A nadie le gusta quedar como un HP, pero no les importa quedar como cobardes. Un sms es rápido, económico, y no implica escuchar la voz del abandonado preguntando: ¿Por qué? ¿Hay otro/a? Etc. Ya no se lleva eso de hablar en persona y mucho menos por teléfono. Lo mejor es el mensaje y después, no leer los que el ex te envía, no coger sus llamadas. Cambiar de móvil si es preciso. Me imagino que también la gente corta su relación mediante un correo electrónico, la misma canallada que el sms, con la ventaja de que se pueden marcar los mensajes del ex como espam y ya no volverán por la bandeja de entrada a incordiar la conciencia. Lo que resulta aterrador es la ruptura en una red social. No sólo te dejan sino que se entera todo el mundo a la vez que tú, y te quedas más desnuda que Demi Moore cuando su maridito cuelga las fotos privadas en una de esas redes. La tecnología está muy bien, pero a veces resulta una auténtica cabronada.

 

Personas “metralleta”

 

En alguna ocasión les habré hablado de los vampiros psíquicos, ese tipo de personas que nos chupan todo el buen rollo y nos inoculan toda su negatividad y pesimismo. También les diría que huyo de ellos como de la peste.

Hay otro tipo de personas, por fortuna menos frecuente, que en cuanto te interceptan te someten a una bateria ininterrumpida de preguntas de las que no escuchan las respuestas. Los metralleta tienen la habilidad de cambiar de tema con una gran rapidez, sin esfuerzo aparente. Es como si llevaran la encuesta preparada desde su casa. Al principio contestas, por la educación que a ellos les falta, pero al final pierdes los modales y replicas con preguntas, como si fueras gallega, sin ningún tipo de piedad. Ellos no la tienen por ti.

Hace poco me encontré con una de estas personas. Ella me recordaba bien, yo nada, por lo que me disculpé. Y ahora no sé si fue cosa de mi mala memoria para los nombres o que mi mente quiso olvidar semejante encuentro.

Si se topan con uno de estas metralletas inhumanas no tengan remilgos, pregúnteles sin parar antes de que contraataquen y contésteles mal, que les va la marcha o ni se detienen a pensar en lo que les respondes.

Existe un tercer tipo de persona, al que no se cómo calificar. Tal vez preguntones egoístas. Son los que siempre inician la conversación con la misma pregunta. Pregunta que no es:¿cómo estás? Sino ¿dónde ó cuándo te vas de vacaciones? He descubierto que se trata de una fórmula de cortesía para comenzar a hablar, como el que habla del tiempo en el ascensor. En realidad les importa una puta mierda el tema de tus vacaciones. No retienen tu respuesta. Si los ves al día siguiente te lo volverán a preguntar. Ahora me da un poco igual, pero hace años, cuando me quedaba sin vacaciones por razones varias y todas ellas desagradables, me encontraba con este tipo de especímenes cuyo cerebro era como el agua, no se grababa en él ninguna de mis contestaciones. Y eso que yo lo estaba pasando fatal. No les daba ninguna pena, volvían a torturarme con la misma pregunta. Cuando ya, hasta las narices, les decía que ya me lo habían preguntado y ya les había contestado entonces hacían un mohín: “Lo siento, perdona” y encima me iba con cargo de conciencia a casa por haber sido tan borde. Yo sólo puedo decir, en mi descargo, que cuando pregunto algo es porque realmente me intereso por esa persona y me acuerdo perfectamente de lo que me dicen. Tal vez piensen que soy una maleducada porque nunca empiezo una conversación con ese tipo de preguntas. Y lo peor es que no puedo huir de estas personas, porque abundan más que las anteriores.

Escritores periodistas

 

El otro día una conocida me decía que ahora todos se dedicaban a escribir. Y cuando decía todos, se refería a los presentadores de telediarios. Le respondí que tal vez esos periodistas siempre quisieron ser escritores y que sólo ahora, cuando son reconocidos por su profesión, se pueden permitir el lujo de publicar en una buena editorial. Si lo hubieran intentado antes sus probabilidades de éxito serían menores o nulas.

Lo que ignora esta señora, del prototipo metralleta, que otro día explicaré, es que el escritor no decide serlo de repente, un buen día, como quien decide hacerse unas tortitas americanas para desayunar en lugar de las socorridas tostadas. El escritor siempre lo es aunque no ejerza. No se trata de una vocación, sino de un rasgo más del carácter de una persona: la necesidad de narrar. Y sólo cuando las condiciones son las adecuadas, ese rasgo se hace más patente llegando incluso a eclipsar a los demás. Todo esto es válido para aquellos que decidimos en su día buscarnos una profesión con la que asegurarnos el sustento y los caprichos, pero no para los valientes que apostaron únicamente por la literatura. Yo no tuve ese coraje. Probablemente porque se me daba fatal estudiar letras, especialmente lengua castellana, sobre todo la gramática. Por ello me dediqué a mi otra gran pasión, la ciencia.

El otro día leía una carta de una señora en un semanario en la que manifestaba su sorpresa ante un Ramón y Cajal fotógrafo. No le cuadraba la imagen de científico serio con la de artista. Yo le diría que investigase un poco más en la biografía de Cajal y también encontraría que era escritor. ¿Cuál es la explicación? Como dice mi amigo JuanLuis, de la tertulia Caleidoscopio, hay dos tipos de personas: las que se interesan por todo y las que se limitan a su trabajo y a su casa. Las primeras son, como JuanLuis, también personas de ciencia, que hacen música, pintan, escriben, y adoran ir a exposiciones, conciertos, bibliotecas, y en general a todos aquellos lugares en los que se respire cultura. Supongo que aquellos a los que les maraville que Mari Pau Domínguez o David Cantero sean escritores además de periodistas televisivos habría que considerarlos dentro del segundo tipo de personas. Personas que sólo conciben la condición humana como espacios estancos, del que no se puede salir. A mi esos cubiles me resultan cárceles y de ellas es preciso escapar para fomentar nuestra creatividad.

Conciertos gratuitos no, gracias

 

Hace tiempo comentaba con una amiga que los conciertos de música clásica no deberían ser gratuitos. Al menos debería cobrarse una cantidad simbólica, para que la gente tuviera que molestarse en adquirirla y rascarse el bolsillo. Un simple euro sería suficiente. Todo esto sin olvidar que son conciertos en parte subvencionados por organismos públicos, es decir, pagados con nuestros impuestos, por lo que no son realmente gratis. Los pagamos todos, los que van y los que no. De este modo se eviaría que pensionistas aburridos y gente mal educada abarrotara los lugares donde se desarrollan los recitales por la simple razón de que no les cuesta nada.

Ustedes pensarán que mi amiga y yo somos unas snobs, empeñadas en negar el acceso a la cultura a las clases menos pudientes. No, no, subrayo lo del euro. Ya ni un café cuesta eso. ¿Por qué mantenemos semejante tesis? Pues que un maravilloso concierto de música clásica puede convertirse en una auténtica tortura si uno va a eso, a disfrutar de la música. Hay gente que cuando escucha o lee la palabra gratis acude como moscas a la miel. Y les da igual que una soprano cante ópera que un pelado toque el cuerno tibetano. Como no entenderán ni una ni al otro, terminarán revolviéndose en la silla, haciendo ruido con el programa o abriendo caramelitos con papel de celofán. Sí, de esos que hacen mucho ruido. Al final terminas por despistarte con tanto movimiento y te pierdes el concierto, te pones de mala leche y piensas que mejor te habías quedado en casa, tumbada en la cama y escuchando un CD.

Sin embargo, desconocía el nuevo tipo de plastas que pueden aparecer por los conciertos gratuitos: los que van provistos de cámara de vídeo para inmortalizar el evento. En realidad les importa una puta mierda de qué va. Tienen la sensibilidad por debajo del núcleo terrestre y una mala educación tremenda. Se pueden pasar el concierto mirando por la pantallita iluminada, moviendo el trípode, levantándose del asiento. Incluso, si te descuidas, te plantan la cámara delante de la cara, con la consiguiente tentación de arrearle un par de... Perdonad, acabo de sufrir semejante experiencia, y de verdad, se te quitan las ganas de ir a ningún sitio. Al final, para intentar concentrarme en la música, cerraba los ojos evitando la visión de la mamarracha de la cámara, aún a riesgo de que el magnífico barítono pensara que me estaba durmiendo. Y todo ello a costa de perderme su actuación, porque como buen cantante de opera, el hombre no sólo cantaba maravillosamente sino que expresaba con su rostro y con sus manos mucho más que el contenido de las palabras. La elementa terrorista de conciertos -empleo este calificativo en honor a JM-, aplaudía como una energúmena, con el consiguiente peligro de dejarme sorda y arrearme un manotazo

Ójala lo que os cuento fuese eso, un cuento. Pero es real.

Cometas en la costa

 

Hasta hace poco tiempo, en cada ocasión en el que vuelo de una cometa me sorprendía, siempre pensaba en la costa. Recordaba aquellos paseos maravillosos por la costa desde el faro hacia el oeste. Caminábamos entre los brezos y los acantilados fósiles, hasta llegar al lugar en el que merendábamos una tortilla de patatas y los típicos filetes rebozados con pimientos fritos. Después, con la tripa llena y el corazón alegre, sacaba la cometa despiezada y procedía a montarla. Tuve cometa muy tarde. A mis padres no les parecía un juguete apropiado para una chica, y finalmente cedieron a mis súplicas cuando tenía catorce o quince años. En la costa el viento era perfecto, y cuando ya estaba dispuesta comenzaba a correr, daba unos pequeños tirones mientras soltaba el hilo, y corría entre la hierba hasta que la cometa alcanzaba el máximo de libertad que le permitía el sedal. Recuerdo aquellas tardes como unas de las más felices de mi vida. Sólo existía el cielo, el mar y unos prados inmensos por los que correr o tumbarse bajo el sol.

Poco a poco se fueron cargando la costa. Cada vez había más granjas y más construcciones que la afeaban. Y la ruta que antes me parecía maravillosa aparecía sucia y triste. Menos mal que el puente del diablo y el pequeño mausoleo continuaban allí. Hace muchos años que no he vuelto, espero que la hayan rehabilitado.

Ahora, cuando mi mirada tropieza con una cometa, pienso en Kabul, y en los niños que perdieron su infancia y a los que se les prohibió lanzar sus sueños al viento.

Chanclas y gominolas

Las chanclas siguen de moda. Aparecieron en las revistas de los pies de las top models hace unos años. Llegaron para quedarse. Casi sucumbo a esta vieja tendencia, pero mis pies me devolvieron la cordura. Como me susponía, volvieron a rozarme en el espacio entre el dedo gordo y el siguiente. Cuando tenía diez años más o menos también estaban de moda estos engendros de goma. Y tengo muy malos recuerdos, créanme. Mientras escribo estas letras engullo gominolas, por cortesía de mi compañera Begoña. Las gominolas también constituyen un dulce recuerdo, y, como las chanclas, no han cambiado para nada, siguen siendo tan ricas como por aquellos días en que las segundas me torturaron. Terminaba envolviendo en esparadrapo la pieza que separaba ambos dedos y aún así, seguían siendo incómodas. Sólo me gustaba el sonido de su golpeteo con las plantas de los pies al caminar. Siempre y cuando no se rompieran, claro. Una vez se me rompieron ¡las dos a la vez! Y tuve que volver a casa, descalza, por un camino en el que el barro se mezclaba con los excrementos de las vacas. Se trataba de un pequeño sendero que transcurría desde la fuente a la que habíamos ido en busca del agua hasta la carretera que atravesaba Cueto. Tuve que limpiarme los pies entre la hierba salvadora que orlaba el camino antes de pisar el asfalto. Aquel día juré que no volvería a usarlas y casi me traiciono.

Para mi desgracia muchas de las sandalias que pueblan los escaparates también llevan el odiado sistema “de dedo”. Así que este verano no he adquirido nada de calzado, sino que continuando con mi gusto por el decoupage y el reciclaje, me he customizado unas viejas zapatillas de lona. Con unos vaqueros viejos me he bricolado unos piratas y un bolso, todo ello gracias a las benditas servilletas que son capaces de transformar cualquier desecho en una pieza maravillosa. ¡Y que vivan las gominolas!

Ecología y chiringuitos

Quien les habla es una defensora de la naturaleza, de su conservación racional, e incluso imparte clases sobre el tema a alumnos de secundaria y bachillerato. Sin embargo, estando convencida de la necesidad de la ley de costas no lo estoy tanto de la forma de aplicarla. Como siempre, en este país se mide con dos raseros. Se amenaza al humilde chiringuito y se permite que el chalé ubicado en pleno acantilado permanezca. Si ambos se construyeron antes de la aparición de dicha ley deberían respetarse, y si no, demolerlos a ambos. Pero no, se ataca a los chiringuitos, que crean puestos de trabajo y dan alegría al personal, que bastantes problemas tiene ya a lo largo del año, y se permite que los casopones costeros se mantengan desafiantes sobre las rocas donde deberían anidar las aves. Conozco gente que incluso se vanagloria de tener un chalecito en pleno acantilado. Gente que no tiene ningún pudor en presumir de tal posesión ni de otras. Supongo que es una cuestión de inseguridad. No me gusta la gente que alardea de sus bienes materiales y de su elevado intelecto, sobre todo cuando se haya en foros de menor nivel adquisitivo y cultural. Pero en lugar de enfadarme termino pensando que algún complejo interior les devora si sienten esa contínua necesidad de decirnos lo maravillosos que son y todo lo que poseen.

Volviendo al tema, el otro día vi en la tele un programa en el que se recogían testimonios de dueños de chiringuitos. Muchos de ellos con más de veinte años de antigüedad, y no sólo en la costa del sol, también pudimos ver un caso drámático  en Cantabria. No hace falta ir a la costa del sol, ni a Benidorm para contemplar desmanes. En la playa de Sopelana hay chalets sobre los acantilados, y también a lo largo de la costa cántabra. Y si nos vamos hacia el interior, el desenfreno económico ha dejado sembrado de esqueletos de hormigón un montón de pueblecitos, obras abandonadas que vete a saber cuándo se acabarán.

Así que como dijo ayer una representante de Greenpeace en la televisión, cumplir la ley de costas no significa machacar al chiringuito. Pero supongo que es lo más fácil. En un país de pandereta como el nuestro, en el que es turismo tiene tanta importancia en la economía nacional, no deberíamos destruir las pequeñas empresas familiares de hostelería. Y si es así, que apuesten por un desarrollo tecnológico real que cree otros puestos de trabajo en lugar de hacer tanto parche.

ROSCA Y CHOCOLATE

 

En cada casa, en cada región, en cada pueblo las costumbres de la Semana Santa se encuentran extrañamente arraigadas. Se trata de un rito que es preciso perpetuar por los siglos de los siglos. Aunque ya no creo que el viernes santo era el día en que moría Jesús, lo que me producía una infinita tristeza cuando era niña, y tampoco vivo el domingo de resurección como el día en que Él volvía a la vida, como si todo hubiera sido una broma de mal gusto. Durante mi infancia vivía estos acontecimientos como si realmente se repitiesen a lo largo de los años, confiando en su cadencia como el nacimiento de Jesús y la llegada de los Reyes Magos. Hoy día no echo de menos creer ciegamente en esos hechos del calendario litúrgico, sino que siento nostalgia de las cenas del viernes santo. Mi abuela paterna preparaba chocolate, que tomábamos con rosca. La rosca era un dulce que no he vuelto a encontrar en otro sitio. De masa recia y sabor a anises. La rosca en lugar de ser un aro formaba una gran elipse, cubierta de azúcar. Supongo que seguirán horneándolas en las panaderías del pueblo. Lugares cálidos en los que se entraba directamente al corazón. Desde la calle, atravesando la propia puerta de la vivienda, se accedía a una gran sala en la que el horno, con su inmensa y amorosa boca se tragaba masas pálidas y brillantes, devolviendo panes dorados y, cómo no, roscas, magdalenas, sequillos, trenzas, y los indigestos rosquillos. Nunca entendí porqué habían dado ese nombre a estos últimos, pues eran cuadrados y no tenían ningún agujero en el medio.

La rosca con chocolate era la mejor de las cenas. Cortada en porciones por las amorosas manos de mi abuela, sumergida en un chocolate a la taza hecho con tiempo y paciencia, cosa de la que yo carezco. A veces creo que soy reacia para tomar chocolate porque me recuerda a mi abuela, me recuerda su dolorosa ausencia. Igual que el arroz con leche o los guisados de carne, cuyo aroma a veces, traicionero, me devuelve a su cocina de sarmientos. En la adolescencia y en la primera juventud, simplemente, dejé de ir a verla. Estaba demasiado ocupada con mis estudios, con los amigos y con el amor. Supongo que pensaba que ella estaría siempre allí, dispuesta a escucharme en cuanto me sentara junto a su mimbrera, caldeadas por la complicidad que siempre nos unió y por la pequeña estufa de carbón que era también el alma de la casa.

Hoy es viernes santo y no habrá chocolate, ni rosca, ni procesión, ni ropa nueva para lucir ante los vecinos del pueblo. Hace mucho tiempo que los vencejos no saludan mis pasos por esas calles, calles que sinuosas se clavan en algún rincón de mi memoria, cobrando bordes imprecisos, borrándose un poco, alterando su curso.

El desarraigo es tal que ya no importa dónde se pasen estos días extraños en los que ya no se cree. Encima el chocolate me sienta mal. Sólo importa la compañía, y eso lo es todo.

 

Hay esperanza

Siempre nos empeñamos en destacar lo malo de la sociedad, especialmente de los jóvenes. Yo misma me explayaba sobre el tema en el post anterior. No obstante he de decir que me he quedado gratamente impresionada el pasado lunes. Impartí un taller de relato breve a alumnos de bachillerato y ESO. Fue una experiencia muy buena. Espero que ellos también tengan un buen recuerdo y, sobre todo, les sirvan de algo las indicaciones que humildemente les di. Pero ellos ya tenían algo, lo más importante, el talento. Tras una charla inicial, de la que tomaron notas -después de haberse pasado la mañana en clase-, empleamos una técnica para que todos escribieran sobre un grupo de palabras. La verdad es que escribieron todos, durante unos 20 minutos no se escuchaba el vuelo de una mosca tempranera. Y luego, los que se atrevieron a tomar el micrófono, leyeron sus trabajos, que fueron muy buenos, y diferentes todos.

Hoy he trabajado con otro grupo de chicos de la ESO, alumnos míos, en algo ajeno a lo que suelo explicarles. hemos recuperado y transformado objetos con decoupage. También su trabajo ha sido variado y original. Todos se han implicado. Realmente he podido disfrutar y espero que ellos también. La ventaja del decoupage es que relaja mucho.

Así que esta es una semana extraña, en la que apenas he enseñado biología, pero me lo he pasado genial. Desde aquí les mando a todos un abrazo y les deseo que no pierdan las ganas de crear.

¿Azar? Rothko

Entro en la página web del museo, a través del enlace del post anterior. Aparece una imagen del mismo y, debajo, un cuadro de Rothko. Se trata de una obra del siglo XX. Dos rectángulos de colores surgen de un fondo uniforme. El cuadro me lleva a la película que vi el pasado sábado en DVD: Sueños compartidos, de Ben Younger (2005). Para mi gusto la película se salva por el trabajo de las dos actrices protagonistas: Uma Thurman y Meryl Streep. El argumento es original pero el guion no tiene la gracia que debiera, no le han sacado partido a la idea original. Se supone que es una comedia pero a mí solo me arrancó alguna sonrisa.

En una escena del film, el protagonista masculino lleva a Uma Thurman a cenar a su trabajo. Monta una mesa romántica en un rincón de la oficina decorado con un lienzo, precisamente un Rothko.

Algo me dice que tengo que ir a Nueva York y visitar ese museo. Es una segunda señal que no debo dejar pasar por alto.

Hasta la siguiente paranoia.

 

After decoupage

After decoupage

He retirado el fieltro adhesivo y he recubierto el baúl con papel especial para decoupage, simplemente pegado con cola. Después le he aplicado dos capas de alkyl y dos de barniz. He dado un repaso a las tachuelas con pintura acrílica dorada y unas pinceladas con la misma pintura a los listones de madera para conservar el aire envejecido. ¿Qué os parece el resultado?

I remove the adhesive felt, and I covered the wood with an special paper for decoupage, following this technique. I paint the  tacks with an acrylic golden paint.

¿Aracnofilia? y de sopetón

Tropiezan mis ojos con el artículo de hoy en La Vanguardia del escritor Jordi Llavina (ganador del Premio Crítica Serra d’Or 2008), entre otros méritos. Y aunque el tema del que trataba su texto me llegaba a la fibra sensible, por aquello de que los escritores desconocidos lo tienen crudo para publicar, lo que me sorprendió fue la frase extraída de la novela inédita de David Monteagudo: El verraco. En ella dice que "la araña, sin previo aviso, se descolgó del techo, abalanzándose sobre mí como un enorme péndulo". Horas antes, una araña, también sin tener la delicadeza de avisarme, se descolgó entre mis ojos y la pantalla del ordenador en mi despacho. Coincidencias.

Por otra parte, ignoro cómo la araña podría comunicarnos sus intenciones, más que nada porque son muy silenciosas, y a no ser que veas su delicada tela  el susto está garantizado. El pasado domingo, buscando un paquete de leche solitario en el interior de una caja vi brillar la seda de una de esas trampas. Pero no hice caso a la advertencia. Al ir a coger el paquete salió, de sopetón,  una araña de unos 8 cm de diámetro, patas gruesas y peludas, que provocó mis gritos y me inhabilitó para su caza. Cuando ya se había escondido me di cuenta que debía cargármela, sin compasión. Y no es que una sea una sádica, es que mis arañas tienden a pasearse, sin previo aviso, ante las visitas. justo cuando la cena ha concluido y la gente le da a lo chupitos -con el consiguiente peligro de verlas por partida doble-. Es entonces, a partir de las 23:30, cuando deciden cruzar, veloces, la tarima del salón. Su cuerpo destaca sobre el pálido color de la madera y provoca la hilaridad de unos, el pánico de otros y a mí un bochorno terrible. Da la impresión de que las tengo amaestradas.

Entonces entenderán porqué debo liquidarla sin contemplaciones y por qué he salido, del despacho, a contar mis penas a la conserje, en lugar de eliminar a esta nueva araña. Así que ahora tengo doble tarea.

Me gustaría saber qué le ocurrió al personaje de David Monteagudo. Desde aquí le deseo toda la suerte del mundo para que su obra sea publicada.

BUENOS PROPÓSITOS PARA EL 2009

Ese es el tema de concurso de microrrelatos de pagina 2. Tras las navidades, parece obvia la tarea de plantearse objetivos para el año entrante, como típica la asistencia masiva a las rebajas -de las que me confieso fashion victim-. Normalmente, debido a mi profesión, mi año no comienza en enero sino en septiembre, y en ese mes planifico el resto del "curso". Sin embargo, en esta ocasión, un par de sucesos han desestabilizado mis planes iniciales y debo reorganizarme. Me enfrento a un horario semanal de mi tiempo libre en blanco, con las únicas armas de un lápiz y una goma de borrar. Me horroriza planificar hasta ese extremo mi tiempo de ocio, pero no me queda otro remedio. Tengo que encajar unas clases imprescindibles para mi trabajo, ejercicio físico -mi espalda ya no soporta más inactividad- y horas para la escritura -eso sin contar con las horas extras que el trabajo me obliga a realizar de vez en cuando-. Así que mi propósito de este año es rellenar el maldito horario de tareas, que me recuerda al que intento que mis alumnos rellenen para realizar las suyas y preparar exámenes. No me extraña que se nieguen. Lo que llevo peor es lo de fijarme un horario para escribir. Carezco de la disciplina necesaria para ponerme todos los días a ello. Como la literatura no me da de comer sólo me dedico a ella cuando mi mente está fresca y lúcida -pocas veces, claro-. Soy capaz de seguir un horario a rajatabla si se trata de estudiar o de hacer ejercicio -que es lo que más odio-, pero nunca me lo había planteado para la escritura. Como quiero verle el lado positivo al asunto, espero que escriba mucho más y mejor, que sean pocos ratos pero de calidad. Les dejo, el maldito horario en blanco espera, implacable, a ser rellenado.

 

De agoreros y vampiros psíquicos

Leo en http://lapoesiaesuncuento.blogspot.com un alegato sobre el optimismo. Uno de los comentarios acuña la expresión "optimismo realista", que me parece muy acorde con lo que pienso, retomando el juego de la alegría de Pollyanna. En el blog de la poesía es un cuento se habla de las personas empeñadas en ver el lado malo de las cosas. Son los típicos agoreros que cuando comentas que te vacunas para evitar la alergia al polen dicen que no sirve para nada. Es algo que no soporto. Si piensan así que se callen, que nos dejen intacta la esperanza de la curación.  

Los agoreros y otras aves de mal agüero son seres que a cualquier propuesta inmediatamente replican diciendo que va a salir mal, pero son incapaces de buscar una alternativa posible. En lugar de luchar para que un proyecto salga adelante contestan que es imposible, que no hay tiempo suficiente. Yo prefiero que sea la realidad la que me golpee, pero intentar conseguir los objetivos que me propongo.

He trabajado en ocasiones con personas de este estilo, a las que una amiga calificó hace años como vampiros psíquicos. Si lo permites, absorberán toda tu energía positiva y te dejarán con la moral por los suelos, incluso más allá del núcleo terrestre. Si todos fuéramos así, aún seguiríamos en las cavernas sin atrevernos a salir a pesar de que hubiera finalizado la última glaciación. Últimamente evito a los vampiros psíquicos. Antes les daba una oportunidad, ahora huyo de ellos, no hay quien les haga cambiar y sólo pueden contagiarnos de su infeccioso pesimismo.

Teorías sobre los Reyes Magos

Por internet circula de todo, hasta vídeos en los que se cuestiona y compara la existencia de profetas y personajes bíblicos, asociándolos a las cosmogonías, el zodiaco, las eras astrológicas y todas esas zarandajas. Sin embargo, una de esas "teorías" me ha resultado particularmente entrañable. ¿Se han planteado alguna vez cuál sería la estrella que brilló en el cielo el día del nacimiento de Jesús?

Tal y como se presenta en la iconografía y en los árboles navideños podría parecer un cometa. El vídeo del que les hablo -no tengo más datos sobre él-, la identifica como Sirius, la más brillante de la constelación Can mayor, que por esas fechas brilla en el firmamento con mucha intensidad, junto a Orión. Y es en Orión, más concretamente en su cinturón, donde se hayarían los tres Reyes Magos representados por tres estrellas. Todo esto da mucho juego pero la verdad es que Orión y Sirius se ven todo el año, según creo -no tengo mucha idea de astronomía-. De todos modos no deja de ser una coincidencia curiosa. Tras el artículo anterior del ateísmo, este texto viene perfectamente a colación. Cuando no aparecen los dioses controlando nuestras vidas son las estrellas, lejanas pero visibles, las que regirían nuestro destino. Los antiguos y, mucha gente en la actualidad, ignoraban que las estrellas son sólo luz viajando a través del espacio a 300.000 km/s, por lo que esa luz tarda años en llegar a nuestro planeta. Eso implica que muchas de las estrellas que hoy vemos puede que ya no existan, que hayan explotado hace miles de años y su reflejo viaje por el universo hasta llegar a nosotros.

A veces es mejor no saber. Una prefiere pensar que todo es como se percibe y vive mucho más feliz.

Volviendo al discurso anterior, todavía hay gente que cree en los horóscopos, los periódicos siguen pagando a personas que los escriben. No me resisto a comentar los horóscopos de El Mundo. Me temo que es un ordenador el que genera los galimatías que aparecen publicados. Si alguien desea leer algo raro, enigmático y que no hay por donde cogerlo, que se lea esos horóscopos. Yo no pagaría un euro a nadie que escriba semejantes desatinos, eso sí, adornados con un lenguaje superculto. El que busque una orientación o un pronóstico para el día que le espera más vale que se vaya a otro sitio porque no se van a enterar de nada. Que en el pasado la gente creyese en los oráculos y la disposición de las estrellas como medio de predecir el futuro me parece, hasta cierto punto, normal, pero que en estos días sigamos así resulta un poco lamentable. Para los que crean en los horóscopos, les pido humildemente perdón, y les emplazo a que realicen un sencillo ejercicio: comparen los horóscopos de diferentes publicaciones para un mismo día, verán como no coinciden.

Les deseo que los Reyes hayan sido buenos con ustedes. Yo no me puedo quejar, pues además de regalos materiales que me han encantado, sigo aquí, dándoles la tabarra, y ese es el mejor presente, VIVIR.

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Lo normal es encontrarse publicidad sobre las religiones, bien a través de símbolos que portan los creyentes, en los edificios que emplean para congregarse o en las lápidas que cubren sus restos. También podemos encontrarla en la prensa y, ultimamente, cuando toca poner la cruz en la declaración de hacienda. A lo que no estamos acostumbrados es a toparnos con publicidad ateista. Leo en la página web de Kiss fm que en los autobuses de Barcelona (concretamente en dos, si no me equivoco) se podrá leer la siguiente frase: "Probablemente Dios no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida". Tal vez la noticia no sea muy adecuada en el día de Reyes, que ha quedado reducido a los regalos y a comer roscón -yo me quedo con esto último, porque en casa creemos más en Papá Noel que madruga y viene antes-.

Si uno fuese creyente podría plantearse que dicha campaña esta financiada por el mismísimo Satanás, para que la gente se comporte como le de la real gana, sin pensar en las consecuencias que tendrán sus actos en la vida eterna. Al menos tiene el detalle de comenzar con: "Probablemente..." Ni el publicista se atreve a negar la existencia de Dios. El ateo no niega la existencia de Dios por fastidiar a los creyentes, simplemente no cree porque ha perdido la la fé o nunca la tuvo realmente. Muchos de los ateos desearíamos ser creyentes. Confiar en la existencia de un ente superior, responsable de todo lo que ocurre -atribución externa que nos libera de responsabilidades- y en quien podemos confiar, que siempre nos escucha estemos donde estemos, etc. consuela. Vamos por la  vida en busca de consuelo, y el que lo encuentra en Dios vive mucho mejor que el que no tiene donde agarrarse. El no creyente cuenta con sus propios medios y con los de las personas que le rodean. Eso no quiere decir que el ateo sea un infeliz. No, acepta que su vida no tiene más trascendencia que la de una planta o una mariposa. Eso no quiere decir que no la respete, porque para eso está la ética. Se puede ser buena persona siendo ateo, deseando tener una buena vida sin fastidiar al prójimo, procurando disfrutar de las oportunidades que se nos ofrecen.

En la misma página web se podía votar (cinco opciones), en las  que se pregunta si se es creyente o no, si eso condiciona la vida o el típico no sabe -supongo que será el agnóstico o el que contesta por contestar-. De momento los ateos se reducen al 23 % y los creyentes a un total de 69 %.

Veremos cómo se desarrolla la campaña. ¿Qué opináis vosotros?

Transportes (II)

Los recuerdos son como flechas perdidas en la dimensión del tiempo. Viajan a través de un espacio y, al igual que los cometas, sólo son visibles cuando el sol los ilumina. La saeta, caprichosa, me impactó cuando contemplaba el cementerio desde el bus. Sabía que él ya no estaba allí, pero fue allí donde le dejamos. Hoy vive en nuestras flechas errantes, que de vez en cuando impactan para recordarnos que estamos vivos.

Hay personas que nunca salen de su ciudad. Para ellas el mundo se reduce a un pequeño espacio. Otros, por suerte o por desgracia, elegimos desplazarnos a lo largo de nuestro país y ,en ocasiones, por el mundo. Algo de mí se queda anclado en las diferentes ciudades y algo de los paisajes va conmigo siempre. Ya no soy de ningún lugar concreto y mi acento resulta una mezcla extraña -No sé qué contestar a la pregunta: "¿De dónde eres?"-. En contadas ocasiones, esa sensación se convierte en desarraigo y una se pregunta: "¿Qué pinto yo aquí?" Afortunadamente el desasosiego dura sólo unos instantes y vuelvo a disfrutar de lo diferente. Soy una persona, en esencia, optimista, ávida de experiencias, y procuro quedarme con lo bueno. Eso no significa que sea tan estúpida como para no percatarme del lado negativo de las cosas, sino que prefiero relegar el dolor a un rincón de la memoria. Si soy capaz, le doy la vuelta a las situaciones, como la protagonista de un delicioso libro infantil Pollyanna (Elleanor H. Porter), que practica "el juego de la alegría". A veces la gente opina que es una manera inconsciente o superficial de enfrentarse a la vida, por mi parte, estoy convencida de que es una forma de supervivencia.

Transportes (I)

Una de las cosas que echo de menos de Madrid es la cola del autobús. No es que me guste, es que en Burgos la gente se tira a coger el autobús sin respetar el cívico orden de llegada, y bajo la consigna de "tonto el último", como te descuides subes la última y te quedas de pie, a merced de las curvas y del bamboleo del engendro municipal.

En el intercambiador de transportes de la Avenida de América se escucha. "El Consorcio Municipal de Transportes les desea feliz navidad". El camarero del kiosko de café, que torea las infinitas horas bajo tierra, espeta a un parroquiano: "Deberían decir: Consorcio Municipal de Transportes les avisa de que tengan cuidado con el bolso que se lo pueden robar". Suelto una carcajada mientras compruebo que el mío sigue allí, colocado en bandolera, cubierto con el otro bolso que guarda los regalos de navidad. El hombre del bar subterráneo se vuelve preguntándose quién será esa mujer a la que no parece afectarle el aire opresivo del hormiguero. Después me pregunto si me hará una radiografía y sopesará el tamaño de mis pechos, como el protagonista de un cuento de Carlos Bolinaga, relato recogido en su último libro: La libertad de los sueños. La cárcel de los recuerdos. Los personajes de Carrlos son libres para soñar con otras mujeres, con sus anatomías, o bien exclavos de sus pesadillas escatológicas. Pero el libro merece una entrada nueva del blog, y como aún no lo he terminado sólo puedo decirles que merece ya la pena por las ricas citas literarias que esconde. Como decía, desde que leí el relato de Carlos Bolinaga, me inquieta mucho relacionarme con señores, excepto con mi marido. La verdad, me pongo a pensar en lo que pasa por sus mentes y me dan ganas de escapar. ¿Pensarán los hombres lo mismo cuando se trata de una compañera, una cliente, o la vecina?

Vuelvo a recorrer el camino de vuelta a casa atravesando la N-II. Hace quince años sentía un gran alivio cuando salía del trabajo y contemplaba los edificios, los descampados, a pesar de que los termómetros marcasen 40º C. Entonces conocía a muchos de los pasajeros, de vista, claro. Ahora sólo soy una extraña más. Me parece mentira haber pertenecido a este mundo de idas y venidas que hoy recuerdo gris.

Hoy valoro más el paisaje castellano, duro y cortante, pero aunténtico. En él, cada mañana me sorprenden los buitres, observo a las cogujadas mientras buscan as migas de pan del bocata de mis alumnos -áun comen bocadillos de verdad, envueltos en papel de aluminio-. En ocasiones, es un corzo o un zorro el que se cruza en el camino. Al corzo normalmente le sigue otro que ha quedado escondido entre los arbustos. Detengo el coche y, como si hubiera escuchado mis deseos, el rezagado sale de su escondrijo y me regala otra bella imagen. En la carretera que recorro cada mañana el tráfico es casi inexistente y una puede pararse y parar el tiempo por un instante. Otras veces, el prodigio de la niebla congelada me ha llevado a un mundo irreal, como la visión de la silueta de dos aguiluchos ratorneros recortada entre la blancura de la nieve. Allí, todo parece limpio y eterno, a la vez cambiane. Aquí, en la N-II, todo es metálico, de cemento sucio, perfumado con aroma a diésel. Todo es rápido, demasiado rápido y vacío.