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anamayoral

Conciertos gratuitos no, gracias

 

Hace tiempo comentaba con una amiga que los conciertos de música clásica no deberían ser gratuitos. Al menos debería cobrarse una cantidad simbólica, para que la gente tuviera que molestarse en adquirirla y rascarse el bolsillo. Un simple euro sería suficiente. Todo esto sin olvidar que son conciertos en parte subvencionados por organismos públicos, es decir, pagados con nuestros impuestos, por lo que no son realmente gratis. Los pagamos todos, los que van y los que no. De este modo se eviaría que pensionistas aburridos y gente mal educada abarrotara los lugares donde se desarrollan los recitales por la simple razón de que no les cuesta nada.

Ustedes pensarán que mi amiga y yo somos unas snobs, empeñadas en negar el acceso a la cultura a las clases menos pudientes. No, no, subrayo lo del euro. Ya ni un café cuesta eso. ¿Por qué mantenemos semejante tesis? Pues que un maravilloso concierto de música clásica puede convertirse en una auténtica tortura si uno va a eso, a disfrutar de la música. Hay gente que cuando escucha o lee la palabra gratis acude como moscas a la miel. Y les da igual que una soprano cante ópera que un pelado toque el cuerno tibetano. Como no entenderán ni una ni al otro, terminarán revolviéndose en la silla, haciendo ruido con el programa o abriendo caramelitos con papel de celofán. Sí, de esos que hacen mucho ruido. Al final terminas por despistarte con tanto movimiento y te pierdes el concierto, te pones de mala leche y piensas que mejor te habías quedado en casa, tumbada en la cama y escuchando un CD.

Sin embargo, desconocía el nuevo tipo de plastas que pueden aparecer por los conciertos gratuitos: los que van provistos de cámara de vídeo para inmortalizar el evento. En realidad les importa una puta mierda de qué va. Tienen la sensibilidad por debajo del núcleo terrestre y una mala educación tremenda. Se pueden pasar el concierto mirando por la pantallita iluminada, moviendo el trípode, levantándose del asiento. Incluso, si te descuidas, te plantan la cámara delante de la cara, con la consiguiente tentación de arrearle un par de... Perdonad, acabo de sufrir semejante experiencia, y de verdad, se te quitan las ganas de ir a ningún sitio. Al final, para intentar concentrarme en la música, cerraba los ojos evitando la visión de la mamarracha de la cámara, aún a riesgo de que el magnífico barítono pensara que me estaba durmiendo. Y todo ello a costa de perderme su actuación, porque como buen cantante de opera, el hombre no sólo cantaba maravillosamente sino que expresaba con su rostro y con sus manos mucho más que el contenido de las palabras. La elementa terrorista de conciertos -empleo este calificativo en honor a JM-, aplaudía como una energúmena, con el consiguiente peligro de dejarme sorda y arrearme un manotazo

Ójala lo que os cuento fuese eso, un cuento. Pero es real.

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