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anamayoral

Tokio Blues

Se acortan los días. Lejos de entristecerme pienso que el proceso terminará en algún momento y se invertirá para regalarme más horas de sol. Sigo emocionándome con lecturas como Tokio Blues, de Murakami. Es curioso como a veces pensamos que personas tan aparentemente ajenas a nuestra cultura son distintas. He de decir que lloré con la primera página de la novela. Las palabras de Murakami parecían brotar de mi propio banco de recuerdos, como si ambos compartiésemos un mismo pasado, como si hubiéramos vivido los mismos segundos de suprema intensidad y belleza. Después, en una película británica que acabo de ver, retratan con su peculiar sentido del humor pasajes de una vida que podría haber sido la mía, y, de nuevo, los sentimientos eran tan idénticos que daban escalofríos. Supongo que nos creemos el ombligo del mundo, que lo que pasa por nuestra mente es exclusivo y único, sólo nuestro. El arte es capaz de reconciliarnos con los otros, con los que también sufren o gozan en algún momento de sus vidas. Y así, mientras la oscuridad domina sobre la luz, vuelvo mis ojos a las palabras y transito como Wakanabe, a veces sin saber por qué, pero caminando, respirando, comiendo, estudiando, sin esperar que me sorprenda el destino, maravillándome con sus sospresas, disfrutando con el mero hecho de hacer una tarta de manzana y compartirla con mi pareja.

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