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anamayoral

Paul Newman en mi habitación

Lo confieso. Era él y no Glen Ford quien velaba mis sueños. Me acompañó desde un póster en blanco y negro del que tuve que prescindir cuando me casé. No me pareció adecuado compartir mi alcoba con dos hombres y tuve que elegir. Pero Paul siempre ha estado en mi corazón y mi marido comprenderá perfectamente que así fuera. Todos los hombres admiraban igualmente a este actor portentoso que parecía, además,  buena persona. Para mí era un dios griego hecho carne para hacernos más felices e incluso mejores.

Sabía que estaba enfermo, que en algún momento el destino cruel de los mortales nos lo arrebataría. Desde entonces le lloro. No me atrevo a ver ninguna de sus películas, ni a hojear siquiera su biografía, expléndidamente ilustrada con bellísimas fotos. Sólo Dios sabe, si existe, lo que hubiera dado por verle en persona. Y si ese Dios existe, y tiene a bien enviarme al cielo cuando acaben mis días, donde a buen seguro él estará, me gustaría encontrarle entre las nubes, el éter, o lo que haya allí. Seré buena, por si acaso. Tal vez aún tenga una oportunidad.

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