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anamayoral

La encantadora de patos

 

 

              ¿Dónde estará esta foto? ¿Quién sería el fotógrafo? La mente de Amaya viajó a una mañana de primavera, que imaginaba luminosa, en un paisaje mediterráneo como la Toscana, en los lejanos años 40. Veía en mitad de una pradera a una niña morena, con sus dos largas trenzas cayendo por la espalda, rodeada de un montón de patos. Los animales picoteaban entre las hierbas buscando caracoles entre la masa húmeda y fragante de hierba. Teresa los miraba, pero no veía aves sino un bonito abrigo con el que soñaba desde hacía meses y que sus padres no le podían comprar. Aquella mañana luminosa de los años cuarenta, Teresa pastoreaba sus patos con la ilusión del dinero que ganaría cuando los vendierra, con la esperanza de conseguir el abrigo deseado.

Un hombre detuvo un automóvil junto al prado. Aquello era algo insólito, no había muchos vehículos por esa época que transitasen por caminos y carreteras. Pero lo más insólito fue que el hombre se bajó del coche con una cámara de fotos entre sus manos.

-¿Puedo hacerte una fotografía? -le preguntó, tras quitarse el sombrero y hacerle una pequeña reverencia.

A Teresa se le quedó grabada aquella mañana para toda su vida. Nunca pensó que su humilde actividad le resultaría atractiva a nadie. Y puso su mejor sonrisa para la imagen que jamás vería impresionada en un papel fotográfico.

Aquella primavera tampoco se borraría de su larga memoria de noventa años. Sus padres destinaron el dinero que obtuvieron por los patos al negocio de su hermano mayor.

Décadas después pudo comprarse abrigos, pero en su armario siempre faltaría el que había tejido con sus recuerdos y que se había cosido a su alma, como uno de los primeros desengaños de la vida.

A Amaya le gustaría encontrar aquella foto para devolverle a su suegra algo de aquel duro trabajo, para compensarla de aquella pérdida de la inocencia que había roto en mil pedazos su propio cuento de la lechera. Quería hacerlo porque ahora pensaba mucho en ella. En su infancia sufrió los horrores de la guerra y ahora se veía encerrada en su hogar, lejos de su familia, sin apenas poder moverse, con su marido enfermo. Aún así, cuando intentaron llevárselo al hospital sacó fuerzas de donde no existían y les impidió que lo hicieran. Sabía que si lo hacían no volvería a verlo. Y lo consiguió. Amaya no conocía a una mujer más luchadora que ella.

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