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anamayoral

Con preocupación, a la princesa del pueblo

Érase una vez una joven que tuvo que marcharse de la casa que compartía con su marido porque no era realmente su hogar. Sin pedir nada y con lo puesto volvió al humilde piso de sus padres, con su bebé y una pena muy grande, dejando el palacio en el que no había sido feliz y se había sentido como la Cenicienta.

Lejos de ocultarse y llorar sus cuitas en la soledad de su barrio, accedió a hacer pública su situación y la de su bebé, que no recibía las atenciones de su padre. La gente se identificó con ella, porque habían pasado por situaciones similares en carne propia o en la de sus hijos, amigos o hermanos. Y los gurús de la televsión y la prensa se encontraron ante un filón de proporciones desconocidas pero que era preciso explotar.

La joven se vio, de pronto, ascendida al trono de princesa del pueblo sin ser Lady Di, careciendo de estudios pero mostrando un gran corazón. Se desenvolvía bien ante las cámaras y le pagaban por desvelar sus cuitas y el abandono de su retoño. Como era buena persona todos se acababan encariñando con ella, le daban trabajo fijo, algunos incluso intentaban pulir sus aristas para que dejara atrás el pasado y fuera más feliz. Pero ya era tarde para la cenicienta del pueblo, que había entrado en una dinámica fácil y no supo evolucionar para encaminar su vida por otros derroteros.

Hoy, los que la siguen diariamente en el culebrón en el que se ha convertido su vida la quieren tal como es, otros la utilizan para incrementar sus índices de audiencia sin importarles las consecuencias, sin detenerse a pensar en que la princesa de barrio tiene sentimientos, no actúa, se expone cada tarde en carne viva. En la cadena rival, salvo alguna periodista con conciencia y nombre de piedra preciosa, los demás no tardan en hacer leña del árbol caído y se lanzan como fieras ante cualquier tropezón de la cenicienta. El otro día asistí, atónita, al despelleje colectivo a la que la sometieron, mucho peor que el que le infringieron sus hermanas de cuento -que al menos lo hicieron en privado-, recogiendo opiniones de la calle seguramente sesgadas, poniendo en boca de los que están callados palabras que nunca vieron la luz y todo por aumentar las audiencias y el consiguiente beneficio económico.

Aquí no se salva nadie, ni la cadena que acoge en su seno interesado a la princesa del pueblo ni la que la mofa de su situación actual. Todos, a su modo, la utilizan, no tengo muy claro quién lo hace de forma más vil: la descarada o la soterrada que se viste de compañerismo. Pero la situación me da miedo por ella, porque hay princesas que terminan formando parte de la lista de mitos cuando la vida las ha exprimido al máximo y terminan desapareciendo de un modo u otro de este mundo.

Me gustaría que la Cenicienta del pueblo se transformara en la Bella Durmiente, para que despertara de su letargo y fuera consciente de la situación, tomara las riendas de su vida y no se dejara influenciar por príncipes ni reinas malvadas. öjalá sea capaz de hacerlo, porque las cadenas de televisión tienen una jugosa y lucrativa presa entre sus fauces y no están dispuestas a aflojar las mandíbulas, y tirarán de ella como fieras en sentido opuesto hasta que su cuerpo aguante.

2 comentarios

Ana -

Gracias, Elena. Un abrazo.

Elena Camacho Rozas -

Me ha gustado mucho este texto de la princesa del pueblo y el de homenaje a Delibes.
¡Cuánta razón tienes! Alguien debería abrirle los ojos o darle a leer tu opinión, igual la ayudaba a reflexionar y encaminar mejor sus pasos.