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anamayoral

Más penumbra

Le resultó sorprendente levantarse una mañana, a sus cuarenta años, y tocar la piel de su rostro. La encontró extrañamente suave, por primera vez libre de grasa, pero jugosa, sin los familiares granos. En la penumbra del cuarto de baño imaginó sus arrugas, que ya empezaban a acompañarla en esta nueva etapa de la vida. Jamás se planteó que pudiera ocurrir tal milagro, y menos aún en la adolescencia, cuando el acné se convirtió en indeseable compañero. Días antes, alguien  le había preguntado si le gustaría volver a tener quince años. Ya entonces dijo no. No a la dependencia familiar, a la tiranía de los examenes de historia o filosofía, al sufrimiento del desamor. Pero no pasó por su imaginación decir no a las espinillas. Aún su piel mostraba una patina brillante que exudaban los poros dilatados en exceso, un barniz desagradable que combatía con jabón y mascarillas astringentes.

Esa mágica mañana, al constatar que su piel  era mejor que la de los quince años, decidió que era verdad lo que otras mujeres manifestaban: Vivir la madurez consiste en llevarse bien consigo misma, aceptar los pequeño misterios que nos rodean y valorar que un día, de repente, la piel amanezca limpia, como el alma.

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