Blogia
anamayoral

Cerezas en un cesto de agua

 

 No soy la verdadera autora de estas palabras. Tan sólo pretendo recogerlas. Son cerezas maduras en un cesto de agua, y se malograrán con el tiempo, quizás ya nadie las escuche. Él era cirujano en su país y le gustaba curar a las personas. Disfrutaba con su trabajo. Realizó multitud de investigaciones y escribió libros. Dirigió varias tesis doctorales. Había dedicado sus ojos al estudio y sus manos al noble arte de devolver la vida.
 Llegó a España para reunirse con su esposa. Jamás imaginó que la decisión de abandonar un país que le asfixiaba acabaría por sumirlo en una profunda tristeza. No pudo ejercer como médico, no le homologaron el título. Terminó cocinando horas y horas en un restaurante. Nos contaba su historia mientras preparaba un besugo con verduras y salsa de soja. Mientras practicaba delicadamente unos cortes al pescado su voz nos recordaba que en el pasado realizaba complicadas operaciones. Su mirada se perdía en el abismo negro que acababa de superar y en su voz temblaba una lágrima. Decía que tras el trabajo en el restaurante corría hacia el campo y gritaba, gritaba muy fuerte para expulsar la rabia.
 Tiempo después, su mujer y él abrieron su propio restaurante. Un buen día, como se lee en todos los cuentos, unas clientes le preguntaron si le gustaba España. Entonces abrió los ojos y pensó que en la vida había otras cosas, entre ellas, un bien muy preciado, la libertad. Entonces se dijo para sí mismo: "Mañana despertaré alegre y no volveré a gritar".


 Esta es otra historia prestada, que tomo directamente de los labios de su protagonista, para que no se diluya en el exceso de información que nos invade. Nunca pensó que volvería a ejercer su profesión por un motivo tan terrible. Se había acostumbrado a su nuevo oficio de albañil y vivía bien. Era trabajador y lo respetaba todo el mundo. Su vida en nuestro país era modesta pero honrada, ese hecho era lo único que le permitía aceptar su nueva situación. Una mañana de marzo, cuando la primavera ya se presentía, se reencontró con el horror que creía haber dejado atrás en Afganistán. El estruendo lo dejó sordo por unos instantes, y cuando sus ojos se acostumbraron al humo espeso y divisó los cuerpos se lanzó, como invadido por un impulso primario, a realizar torniquetes y a confortar a los heridos. Lo mismo que había hecho años atrás en aquella guerra. En compensación, el gobierno le ha homologado el título y ahora vuelve a trabajar como médico. Jamás imaginó que tras la tragedia volvería a despertar alegre. Pero ahora recuerda, y su mirada detenida en el horror le devuelve a aquella mañana. Y en lo más profundo de su corazón desearía seguir siendo albañil.

 Y yo me pregunto, ¿Son necesarias las grandes tragedias para que los hombres recuperen su dignidad? ¿No puede articularse algún sistema que garantice su idoneidad y les permita trabajar en lo que se formaron, con gran sacrificio personal y seguramente de su familia, durante años?
 

0 comentarios